18 septiembre 2006

BOTELLITA DE JEREZ A LA CARCEL

Evangelios apócrifos de un ex-Botello
Por el Sr. González/Publicado en La Mosca #108

Yo me encontraba a dos meses de convertirme en padre y recuerdo que era una época en que sucesos de todo tipo se daban con mucha rapidez e intensidad. Era 24 de noviembre de 1993. Para entonces, no imaginábamos las sacudidas que el país viviría algunos días después, a partir del alzamiento zapatista y los asesinatos políticos.
Habíamos grabado la maqueta de nuestro próximo disco, Forjando Patria, el cual nos reivindicaría con el público rocanrolero después de un desastroso coqueteo con las cumbias y Televisa. El futuro disco tomaría un sentido especial y yo diría hasta conceptual con los sucesos de aquel cercano enero. No teníamos disquera y como mencioné en el texto ¨El productor perfecto¨, publicado en La Mosca #105, en ese momento éramos unos apestados en el medio.
Pero ese día los Botellos (como nos llamaban fraternalmente a los integrantes de Botellita de Jerez), vivimos una experiencia poco común que hoy traigo al recuerdo. Fue la primera ocasión en que tocamos en el auditorio Julio Castillo, de la prisión de alta seguridad de Almoloya de Juárez, en dos conciertos para grupos de cincuenta presos cada uno, en los que también asistieron algunos custodios y personal de la prisión.
Juan Pablo de Tavira, criminólogo que algunos años después fuera trágicamente baleado en el comedor de la Universidad Autónoma de Hidalgo en Pachuca, no sin antes haber sobrevivido a un intento de envenenamiento con gas butano en su propia casa, fue quien diseñó meticulosamente esta prisión. En esos días, él fungía como director de tan peculiar cárcel. Era el segundo aniversario de la fundación de este centro penitenciario y tocamos como parte del programa de rehabilitación de presos, los cuales eran involucrados en actividades artísticas, "...para hacerles la vida un poco mas llevadera y para darle un peso menos duro y represivo al sistema penitenciario..." según nos decía un trabajador social que ahí laboraba.
Así fue, como ante la crema y nata de la delincuencia de este país, nos presentamos frente a quizás, el más enigmático de los públicos que hayamos tenido nunca. Durante cinco horas aproximadamente, vivimos como invitados especiales, en la claustrofobia de una prisión comparable a mis recuerdos mas obscuros de películas como "El Silencio de los Inocentes" (cuando la agente Clarice Sterling visita por primera vez a Hannibal) o "Termitator II" (cuando rescatan a Sarah Connor, madre del futuro líder de los humanos, de la prisión psiquiátrica con todo y guardias encabinados, que controlan todo movimiento en monitores de televisión).
Nos recogieron temprano en un transporte destinado al personal de la prisión y nos dirigimos primero hacia Toluca, la cual atravesaríamos para tomar posteriormente la carretera hacia Atlacomulco. Algunos minutos después, nos desviamos del camino para finalmente llegar al centro de readapatación social, no sin antes pasar un par de retenes en los cuales, guardias fuertemente armados, inspeccionaron el vehículo y nos vieron con sospecha.
Llegamos a una recepción y después de pasar una estricta revisión y cumpliendo todos los requisitos que nos pidieron previamente, como el de no ir vestido de caqui o azul ni usar pulseras o cinturones, te llevan por una serie de trayectos internos en donde están controlados los accesos y las salidas de cada pasillo. Terminas por perder el sentido de orientación, ya que la cárcel está planeada para no tener ángulos rectos en sus recorridos, lo que hace que uno no sepa si esta dirigido al norte, o al sur, o a donde sea. El tiempo se hace más lento y las rejas se convierten en una constante visual familiar. Si lograbas ver espacios abiertos, estos estaban subdivididos por rejas electrificadas y nos informaron que pisábamos varios metros de concreto al ras del suelo, para de esta forma evitar túneles.
Después de un recorrido laberíntico, nos instalamos en el foro y realizamos una pequeña prueba de sonido. Esperamos con nerviosismo al primer grupo de reos.
En esta prisión hay varias prisiones en una, es decir, está dividida en varios módulos donde se agrupan los delincuentes según su perfil y los cuales no tienen interacción con los otros módulos. Nosotros tocaríamos solo para dos de estos grupos.
Al llegar los primeros presos a las butacas, los notamos un poco idos. Nos explicaron que los dopaban para controlar su agresividad. Los sentaron con un lugar vacío entre cada uno de ellos y hablaban burlonamente entre sí. Era difícil no pensar que nosotros éramos la causa de esas risas.
En el primero de los dos conciertos fue difícil romper el hielo, pero gracias a la capacidad alburera de mis compañeros Armando Vega-Gil y Paco Barrios "El Mastuerzo", se logró la interacción deseada, aunque cauta por nuestra parte. Santiago Ojeda y yo, optamos por dedicarnos solamente a tocar, como era nuestra costumbre. Confieso que me hubiese resultado imposible lograr un diálogo en estas circunstancias, por lo que las habilidades de mis amigos me ayudaron a sentirme tranquilo y manejar la situación.

Mis compañeros fueron rebautizados por los presos, con apodos como "Copete de Hueso", ya que Paco estrenaba su corte de pelo al estilo Miguel Hidalgo y "Pata´e Gis", apodo que hacía referencia a la pierna enyesada de Armando. Vega-Gil, querido colaborador de esta revista, por poco muere unos días antes en La Marquesa, víctima de un amor no correspondido, causa por la que se le nubló la vista y esto a su vez, provocó su caída de una pared de piedra por la que muy enamorado y descuidado escalaba. La pata rota fue un mal menor si pensáramos que terminó a un metro del suelo y nosotros, a un instante de quedarnos sin bajista.
Con los reos, comenzó el intercambio de sobrenombres y así, nos fuimos enterando que uno se hacía llamar "Robocop" y otro "La Bestia". No recuerdo bien quién de los dos era uno de los famosos narcosatánicos. Se decía que descuartizaban niños en sus ritos.
En esta “llevada” interacción entre presos y Botellos, un reo que se decía compositor, nos quiso hacer llegar una de sus letras que inmediatamente fue interceptada por un custodio. El contacto físico con nosotros era totalmente prohibido y evitado. La confianza es un bien bastante escaso en ese lugar.
También apareció un típico rockero de la vieja guardia que pedía a gritos "Polvo en el Viento", "Escaleras al Cielo", Hotel California" o alguna Jimmy Hendrix, mientras su compañero a un lado, políticamente correcto, lo reprendía diciéndole que era mejor escuchar nuestro mexicanísimo material.
La tensión finalmente fue desapareciendo y pudimos terminar satisfechos la primera de nuestras presentaciones.
Apenas tuvimos un poco de tiempo para descansar y estar listos para el segundo concierto con los presos del módulo 8, mejor conocido como el módulo de "Los Olvidados". Con ellos, llegamos a lograr momentos divertidos y emotivos. El nombre de este módulo, corresponde a que los presos que lo conforman, hicieron delitos tan terribles que ni amigos (!), ni familiares los visitan jamas. En este módulo, todos purgan tantos años de condena, que prácticamente son cadenas perpetuas.
Con nuestra recién estrenada canción "La Valona de la Conquista", los hicimos saludar a la bandera entre las miradas preocupadas de los custodios. Cuando acabamos, no faltaron las felicitaciones navideñas anticipadas para mi y mis compañeros.
Botellita de Jerez entretuvo así a un público poco común, tratando difícilmente de no juzgar a nadie en ese momento. Habíamos logrado interactuar con un público del que vibrábamos los extremos más obscuros de la conducta humana.
Luego, nos llevaron a un comedor vacío en donde nos dieron de cenar alimentos sin sal, ya que de esta forma controlan el lívido de los reclusos. Y después de pasar por las mismas revisiones a la salida del penal que cuando ingresamos, regresamos a la Ciudad de México en una noche muy fría. Sus luces desde el cerro de las cruces me parecieron distintas después de nuestro pequeño encierro. El chofer que nos llevaba, nos contó como apaciguaban a los presos con manguerazos de agua fría, aplicados directamente en sus celdas individuales y videograbadas las 24 horas del día. Nos contó de personajes como Caro Quintero y otras ¨distinguidas¨ personalidades recluidas en módulos que ya no conocimos.
En esta aventura nos acompañaron nuestros técnicos, entre ellos el inseparable "Apache" quién algunos años después, viviría su propia pesadilla en una cárcel californiana. También iba nuestro representante Roberto Martínez y Antonio Cruz de Blas, periodista que hicimos pasar como parte de nuestros técnicos. Este, escribió por esos días, su versión de esta visita en el periódico Uno más Uno.
Al principio de esta narración, mencioné que era la primera vez que nos presentábamos en Almoloya de Juarez. Tiempo después, volvimos a ese pequeño foro. Supimos que no todos habían pasado por ahí con la misma suerte de nosotros. Nos dijeron que Yuri, en un numerito de corte evangelizador, fue rechazada por tan selecta audiencia y la trataron realmente mal. En este regreso, nos acompañaron Fratta, que en esos días era nuestro ingeniero de audio y, queriendo repetir el esquema del periodista incognito, llevamos a Oscar Sarquiz. Lo cierto es que, en esa segunda ocasión ya no se repitió la misma intensidad de la primera vez. El aire se respiraba distinto. Eran tiempos Zedillistas y de Lozano Gracia como procurador de la república. Ya estaban encerrados ahí, Mario Aburto y Raúl Salinas. Se notaba cierto relajamiento en la seguridad sin dejar de ser finalmente, estricta. Después de un tiempo dejo de llamársele Almoloya para convertirse en la prisión de alta seguridad de "La Palma".

1 comentario:

Anónimo dijo...

tambien lo lei me lo leyeron y relyeron lo conozco es interesante